Solidarizarme con las victimas de la inseguridad, ya que por esta sufrimos el aislamiento, porque nadie como ambulancias, fletes, taxis quieren entrar a nuestro barrio y lo mejor es dejarnos lejos de todo y cuanto menos salgamos mejor.
Con aquellos que son victimas del miedo y se van a vivir lejos y encerrados fuera del alcance de otros, como lo sufrimos nosotros que desde las quiebras de la empresas de colectivos estamos viviendo lejos de la trama urbana de servicios y comercios.
Con aquellas victimas de planes inadecuados y fuera de la realidad que creen que el mejor remedio para la seguridad es dejarnos sin unidad sanitaria con la incertidumbre de que la escuela tenga el mismo tratamiento.
También con las victimas del desempleo, que al hacer esas largas colas para llenar un formulario se van esperanzados que no identifiquen la zona de sus hogares o tiene la oportunidad de ser contratados dejando de lado algunas leyes laborales.
A las victima de los paros en los servicios públicos como el de educación que hace rato lleva ausente en las aulas de nuestras escuelas. En salud, sumado a que con suerte mi padecimiento me deje llegar al turno del especialista, está la incertidumbre de salir con alguna enfermedad que surge por la falta de sostenimiento en la infraestructura del hospital.
Con las familias victimas de la separación, como lo viven aquellos padres que no pueden mostrarles a sus hijos el progreso que lleva el sacrificio y rendidos deben esperar el lanzamiento de un nuevo plan para poder mantener el hogar para dejar a la calle la labor de mostrarles este mundo. No quiero olvidarme de los que sufren la emigración de sus jóvenes, de sus hijos, que se encuentran viviendo en esos lugares lejanos de sus hogares en donde sufren los cambios de clima, les cuesta mucho adaptarse al lenguaje y a sus normas, puesto que nunca ese es el mejor lugar, y por la lentitud de la burocracia llevan varios años privados de sus familias y afectos. En donde ellos no envían divisas sino que las familias y sobre todo las madres se desviven en hacerles llegar alimentos y abrigos. Y al volver parece ser que los usos y costumbres aprehendidos de su estadía los cambia.
Por eso declaro la pena de muerte a aquella que causa todos estos males en mi barrio y en la sociedad toda. Sí acuso a la pobreza como la única culpable de todos nuestros males, para que todos juntos la juzguemos, determinemos sus responsabilidades y encontremos la mejor arma para su erradicación como entre ellas están la inversión y la justa distribución. Para que juntos las utilicemos y sabiendo el objetivo no importará el tiempo que se precise para alcanzar su eliminación, de este modo la pobreza no podrá volver a afectarnos.
Daniel Correa
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